Juntos por primera vez.
Esperé expectante aquel beso que me
darías luego de esa charla que nos mantenía curiosos y deseosos de saber cuál
sería el siguiente paso que nos llevaría a conocernos. Yo tímida y sonrojada, y
tú, seductor y seguro hacia donde ibas y hacia donde me llevabas. Aún puedo
sentir el suave roce de tus labios y la ternura inigualable con la cual me
besaste. Fue el éxtasis anunciándose y sellando con ese primer beso todos los demás
besos que sobrevinieron luego, para transportarnos hacia esa dimensión mágica
que confirmaría nuestro sentimiento, ese sentimiento maravilloso que nos hizo
enamorarnos desde el primer momento en que nos vimos. Sí, fue sólo mirarnos y
reconocernos desde siempre, sentir que fuimos creados el uno para el otro desde
la creación del universo. Así nos amamos, así soñamos, bebiéndonos hasta la
última gota que nuestros cuerpos liberan en la lujuria desmedida que se desata
a cualquier hora y en cualquier lugar que habitamos. Escribimos nuestra
historia de manera simple, como lo simple que somos, sin vueltas, mostrando
nuestras almas desnudas y perfectas. Perfectas por lo sinceras, desnudas porque
nada escondemos en la trastienda, porque cada uno es dueño del otro de manera
libre, porque en libertad nos elegimos cada mañana al despertar abrazados, y al
descubrirnos juntos otra vez, la danza del amor nos va encantando, y encantados
jugamos como niños a nuestros años, años que nos dieron sabiduría para entender
que no hay edad para el amor, que no existe el tiempo, porque el amor suspende
los relojes para renovar las ganas de sentirnos jóvenes sin edad, sin la
estructura propia del que dirán, cuando jugando sin importar el lugar, hacemos
el amor, porque más allá de nosotros, no existe nadie más.
Noemí Mocco
derechos reservados.
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