QUIERO VERTE

 

¡Quiero Verte! Fueron las palabras que pronuncié para activar las ganas de conocerte. Las dije luego de muchas dudas y miedos que me causaba el encuentro con alguien que vivía a la distancia. Una distancia que podía traerme posibles heridas y yo, ya había rebasado en demasía el cupo de ellas. Me habían lastimado tanto que las cicatrices estaban a flor de piel y podías tocarlas si me abrazabas un poquito más fuerte. Llegaste en una noche de llovizna persistente, esa que trae el invierno cuando se asoma sin permiso por todas partes. Cuando salí a mi puerta y te vi detrás del parabrisas del auto, luché conmigo por no salir corriendo, por sentirme una niña próxima a hacer una travesura. Cuando bajaste del auto corrí, sí, pero hacia ti, y te abracé tan fuerte que escuché latir el corazón, pero no era el tuyo sino el mío. Estabas aquí y eras real, eras tú, el mismo de la foto, esa foto que tenías en las redes y que me había inquietado tanto al punto de darte mi número de celular cuando me lo pediste. Me llamaste y tu voz en mi oído me dejó sin aire y solo contesté con palabras que me reproché por creer que para vos eran tontas. Sonó tan bonita tu voz que mis sentidos explotaron como nunca me había sucedido, estabas a mi lado susurrándome al oído. Desde ese momento no pude dejar de pensarte, de soñarte cada noche, creer que algo nuevo y bonito podía suceder contigo. Me brotó la esperanza que estaba enterrada muy adentro mío, me sorprendí con aquel gajo de ilusión que se abría paso entre las heridas. Aquella mañana cuando desperté sintiéndome viva, te llamé y sin esperar a que preguntes te dije con vos tímida, ¡Quiero Verte! Y al cortar la llamada lloré esperanzas, sentí que podía, podía darme el permiso de compartir mi vida.

 

Noemí Mocco

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