SUMISA
Detrás de aquella carita feliz, había una historia de
decepciones. María la veía jugar con la inocencia propia de la infancia. Andy reía
a carcajadas contagiando a los que la miraban, con sus nueve años ya conocía la
desilusión y los agravios.
Su padre, alcohólico, defenestraba las ilusiones y los
sueños que su hija tenía.
María, no sabía cómo poner fin a aquellas afrentas que
lastimaban en demasía a su pequeña hija, quien siempre esperó de su madre la
reacción lógica de una leona para defenderla. Pero María, se mantenía sumisa
haciendo muy poco para salvar a su hija de las sin razones de su esposo.
Pedro siempre fue manipulador, en su ego de hombre superior
anidaba un cruel sentimiento que lo volvía un ser despreciable en su hedor a
vino barato.
¿Cómo podía olvidar María años más tarde la oportunidad que
tuvo para terminar con aquella tortuosa realidad?
Aquella tarde Pedro regresó totalmente descompuesto y en delirante
sopor. Se sentó en una silla, en la cocina de aquella casilla de dos ambientes
y allí sentado, el vómito comenzó a brotar de su boca sin esfuerzo. María veía
caer tan asquerosa secreción que se deslizaba lentamente por el pecho de su
esposo bajando por el abdomen concluyendo su recorrido en el piso.
Sus hijos estaban por volver, María no podía permitir que
vieran tan denigrante espectáculo, debía pensar rápidamente la solución a la
situación. Tomó entonces un fuentón con agua, y comenzó a estrujar una esponja
sobre la cabeza de Pedro para que el agua vaya arrastrando el vómito al suelo.
Luego con un secador fue escurriendo el agua hacia afuera, intercalando el
tortuoso episodio con sus propios vómitos producidos por semejante hecho.
El piso comenzó a inundarse, mezcla rara de agua jabonosa y
suciedad.
Con esfuerzo María arrastró a Pedro hasta la cama; lo
depositó con mucha impotencia y bronca, levantó un poco el colchón para sacar
debajo el arma que él solía guardar, la observó, puso el cargador en aquella
nueve milímetros, como una autómata siguió todos los pasos que él una vez le
enseñara, deslizó hacia atrás la corredera hasta que una de las balas entró en
la recamara, apuntó a la cabeza de su esposo pensando que aquella decisión sería
una buena solución a sus males, pero su mano comenzó a temblar y María pensó en
sus hijos, en la consecuencia de aquel acto, y sin dejar de temblar bajó el
arma, la descargó, la volvió a su lugar y se dispuso a limpiar la cocina para
esperar el regreso de sus hijos.
Así la encontraron, en silencio, sentada en la cocina para
decir solamente…
-
Papá está durmiendo…
NOEMI MOCCO Derechos
Reservados.
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